martes, 13 de abril de 2010

Ceguera

De repente la ciudad se apagó. Quedó sumergido en la espesa oscuridad de la noche. Solos, su momentánea ceguera y él. La desesperación. En el afán de recuperar la luz, la torpeza. No sabe calcular distancias, no recuerda ni la propia configuración de su estar. Golpea su pie fuerte contra el sillón que había olvidado allí se situaba. En su dolor, decide sentarse en él y respirar profundo.
Cierra sus ojos como si al abrirlos su vista le regalara otra vez la luz, pero no es así. La frustración. Vuelve a dar un respiro y se entrega a esa oscuridad que ahora es más apagada que antes. Busca a su alrededor aunque mas no fuera un haz de luz que le dé una dirección a la cual ir. No encuentra nada.
Al cabo de unos minutos su oído se empieza a agudizar y comienza a escuchar los grillos de la noche que hasta unos minutos atrás eran imperceptibles a aquel hombre. Se levanta del sillón y muy lentamente se dirige a la ventana. Poco a poco aparecían en su mente fotografías mentales de su estar, y con la mano extendida logra abrir esa ventana que en un instante le regala una brisa. Vuelve a dar un respiro y puede por primera vez sentir el aroma de las flores de su vecino.
Apoyado sobre la ventana, escuchando los grillos, sintiendo la brisa en su rostro y oliendo esas flores, la ciudad se vuelve a encender. Sonríe. La oscuridad le había quitado la vista, pero le había dado tanto más…

No hay comentarios.:

Publicar un comentario